miércoles, 12 de octubre de 2011

SOY UN CYBORG (I’M A CYBORG, BUT THAT'S OK) , de Park Chan-Wook (2006)



Me resulta complicado definir de alguna forma esta película o tratar de enmarcarla dentro de un género. Aunque podría calificársele de comedia romántica (hecho que no significa compararla con las películas que últimamente abundan en las salas de cine y repiten todas la misma fórmula), existe un elemento más que suele hacer difícil de definir a las películas de autor.

Recién internada en un hospital psiquiátrico, Young-goon es una joven que desde pequeña ha creído ser un cyborg. Su salud se debilita considerablemente al negarse a comer normalmente por temor a dañar su mecanismo, teniendo por único alimento el contacto con pilas y baterías. Otro paciente, Il-sun, un cleptómano que cree ser capaz de robar hasta hábitos y sentimientos, y vive oculto bajo una máscara a la que cambia según el robo cometido, siente afecto por Yong-goon y decide ayudarla con todas las facultades que piensa que posee.

El título en inglés de la película, I’m a cyborg but that’s ok, define precisamente lo que vive la protagonista y cada uno de los personajes que se mueven en este hospital con jardines casi feéricos. Ni el objetivo de la historia ni lo que se espera de estos personajes es que salgan de sus delirios. Young-goon considera una misión el ser un cyborg y desea cumplirla. Recibir órdenes de forma mecanizada le resulta natural y es lo que más la aleja del dolor de la separación de su abuela. Il-sun supone haber hallado la habilidad de pasar desapercibido y bloquea así la falta de atención de sus padres. En el fondo, las alucinaciones de Yong-goon con una nueva serie de pecados capitales, entre los que se encuentra la compasión, son simplemente una reacción para quitarse de encima los sufrimientos. Son los trastornos de los internos los que hacen que sean más humanos que los doctores, quienes parecen estar excesivamente felices por protocolo. Son sus sonrisas y los momentos más animados conseguidos a través de los desvaríos los que nos acercan a ellos, muy a diferencia de los médicos quienes con cierta indolencia pretenden curar con agresivos tratamientos sin dejar de sonreír (o más bien hacer una mueca) para no descompaginar la armónica tranquilidad del sanatorio. Cada uno de los pacientes vive un deseo insatisfecho diferente, pero es ese estado de locura el que hace que acepten a los demás con sus particulares realidades. La locura de los pacientes resulta ser la creación de un espacio imposible de invadir y ser dañado por los males del mundo. Con la demencia exponen sus sentimientos más profundos pero a través de la deformación de su propia realidad en la que se exagera o ridiculiza aquello que los hace más vulnerables. Viven conservando para sí lo único que creen que les es necesario, manteniéndose en una continua búsqueda de la felicidad.

Con una dirección fotográfica y de arte precisas y encantadoras, Soy un Cyborg es un paseo entre sueños por cumplir y la necesidad de hallar en sentido a la vida, sin importar si es eliminando médicos violentamente o cantando por las montañas de Edelweiss, pero todos con la inocencia que el mundo suele hacernos perder.


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